Voy a contar un par de historietas. La primera:
Iba yo con mi carpeta llena de proyectos, ingenuo y sentimental, entre las casetas del Saló de Cómic de Barcelona, cuando lo montaban en la Estaçó de França, y aquellos editores siempre me decían lo mismo: mis tebeos eran demasiado largos y demasiado personales. No tenían cabida en ninguna de sus colecciones. Y, además, yo era novel, español y desconocido.
Entonces, cuando aquel páramo de los 90 parecía interminable, hete aquí que unos cuantos inconscientes apasionados de la historieta, con pasta suficiente como para poder invertir en quimeras, montaron unas pequeñas editoriales y se convirtieron en providenciales mecenas para autores bisoños y también para una serie de consagrados a los que una industria absolutamente necia había dejado fuera de circulación. Uno de aquellos editores suicidas era Paco Camarasa. Edicions De Ponent. Colecció Mercat. Mucho de lo de ahora viene de ahí y yo vi cómo se fraguaba. Después, las grandes maquinarias copiaron sin rubor la fórmula del cómic de autor maquetado para lectores realmente adultos. Pero antes de Paco, un páramo.
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La segunda es que iba yo en mi cochecito blanco, heredado del abuelo, finales de los 90 o así, camino de Onil, a casa de Paco, que me había citado para que le mostrara las páginas de El camino del titiritero. Recuerdo una mañana de septiembre muy luminosa, sin nubes, y yo, tan poco dado a esa clase de subidones, me sentía el tipo más feliz del mundo: iban a publicarme el primer tebeo y, si me aplicaba bien, puede que consiguiera no acabar de dibujante aficionado los domingos mientras dedicaba el resto de la semana a preparar unas oposiciones, que era la propuesta de mi padre. Me habría muerto de tristeza a la primera guardia en la sala de profesores. Cómo olvidarme del tipo que me dio la ocasión de escapar.
Aquella mañana se repitió un par de veces más, subiendo la carretera de Castalla hacia la imprenta con la que trabajaba Paco para controlar La Torre Blanca o Soy mi sueño, que no los podías dejar solos, que ya ves la cubierta que le hicieron a Castells en el Lope de Aguirre.
Me he acordado esta tarde de todo eso, la carretera despejada, la montaña como un pan recién hecho, las pinadas de septiembre (¿siempre era en septiembre?); no sé por qué ha sido lo que más claramente me ha venido al pensamiento. Y lo dejo ya, porque, como dijo el poeta, este poema se está poniendo sentimental, intolerable.