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Cuestión de tiempo
Prólogo para LOS DIENTES DE LA ETERNIDAD, de Jorge García y Gustavo Rico
"Resulta significativo (conmovedor, incluso) comprobar cómo varios autores pertenecientes a unas generaciones que, ahora lo sabemos, podríamos denominar frontera o bisagra han producido en los últimos años una serie de obras cuyo asunto se sustancia en la demolición de un territorio mítico, la caída de antiguos dioses olvidados o la pérdida de Paraísos y alas. En fin, crónicas de mundos finiquitados."

Pablo Auladell / Editorial Norma / Mayo de 2015

Estábamos avisados y, aún así, pensamos que había territorios a salvo y un mundo razonablemente comprensible ahí fuera. Pero si Odín, dios de muchos senderos, puede morir y el Asgard verse amenazado, ¿qué dispensa, indulto o bula podíamos esperar nosotros? Hace años que una boca oscura susurra su inquietante sortilegio a cuya llamada han acudido imprevistos e inéditos demonios para poner cerco a nuestro Valhalla.

Resulta significativo (conmovedor, incluso) comprobar cómo varios autores pertenecientes a unas generaciones que, ahora lo sabemos, podríamos denominar frontera o bisagra han producido en los últimos años una serie de obras cuyo asunto se sustancia en la demolición de un territorio mítico, la caída de antiguos dioses olvidados o la pérdida de Paraísos y alas. En fin, crónicas de mundos finiquitados. Jorge García, Gustavo Rico y yo mismo, efectivamente, fuimos educados en nuestra niñez y adolescencia para vivir en un mundo que ya no existe. De modo que se me antojaría ingenuo pensar que una obra como la que nos ocupa fuera fruto del capricho o de una afición de media tarde por las mitologías nórdicas. Sin duda, hay una urdimbre más profunda y oculta que nos acerca a estas temáticas, tan inocentes e inocuas a priori pero que, para un lector mínimamente atento, se llenan de pronto de actualidad. Qué retrato tan ajustado del momento que estamos viviendo esta mascarada donde todas las historias ocurren a la vez y son distintas según quién las cuenta o sufre sus consecuencias; donde se acaba un mundo y se asiste al balbuceo de otro nuevo.

Recientemente, escuché en una conferencia que el pasado se había convertido en estos últimos treinta años en el material principal con el que han trabajado los artistas. Me parece evidente que el cómic no es ajeno a esta afirmación. Si en los 70-80 la historieta andaba absolutamente concentrada en la ensoñación de un futuro bien post-nuclear, bien de colonización espacial, ahora se nutre fundamentalmente de un pasado en clave de memoria histórica o de un presente leído y contado con óptica de reportero y que, por tanto, se convierte también en pasado a los cinco minutos.

Con las utopías liquidadas tras la amarga comprobación de sus sangrientas/delirantes encarnaciones y acosado por las crisis económicas y la barbarie terrorista, el hombre del siglo XXI  se ha olvidado del futuro y ya sólo se preocupa de que no le rebane el cuello la hoja afiladísima de un presente veloz y despiadado (llegar a fin de mes supone una visión de futuro muy modesta). En todo caso, mira al pasado añorando una Arcadia perdida, que nunca fue tal ni llegó a habitar; o anda con la mirada estupefacta de aquel que todavía no ha acertado a explicarse quién le ha robado las manzanas sagradas del porvenir.

Jorge García, con una solvencia y una hondura poética poco comunes (no en vano es, a mi entender, el delfín más aventajado de Felipe Hernández Cava), demuestra otra vez aquí su buen oído para componer la melodía y el tempo de esos mundos ambarizados. Creo que, además, el lector percibe al escucharle no el aliento de momia de un narrador que canta un pasado ignorado y carente de interés, sino la voz actualísima de un vate con computadora que le está hablando de ayer mismo.

Por su parte, Gustavo Rico concluye aquí, me parece, toda una etapa de investigación gráfica que ha cristalizado en una hermosa, dúctil y eficaz herramienta con la que expresar el abc del lenguaje de la historieta. En sus imágenes conviven con naturalidad composiciones de página superheroicas, mímicas de Tintín y la elegancia y la osadía del primer Calatayud con el color y las texturas digitales. Es un dibujo que, en sí mismo, ya ejemplifica toda la intención de la obra: desocultar y descifrar un sueño antiguo mediante una runa de ahora.

Se ha dicho que sería deseable superar este momento de desconcierto, recobrarnos de la hipnótica contemplación de las ruinas y que vuelvan los artistas a fijar su mirada en el futuro para situarnos en él, para dar cuenta de las nuevas mitologías y religiones (siempre un nuevo panteón viene a sustituir al desaparecido: ¿será internet, la democracia absoluta, el imperio de los bienintencionados…?) no siendo ya, probablemente, la pintura el medio más adecuado para dar esa respuesta y sí, por ejemplo, el cine o el vídeo. Que también lo sea el cómic es una posibilidad que se me antoja muy verosímil, dado que aúna muchas de las virtudes de todos los anteriores y suma la de su potentísima inmediatez y legibilidad. Será, en todo caso, cuestión de tiempo comprobarlo; como lo será también verificar si Jorge García y Gustavo Rico se cuentan entre los que acometen esa nueva empresa: la de construir el nuevo sueño de un dios aún desconocido desde las viñetas.

Plic, plic.

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