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Arroz y tiempo
Homenaje a Joan Manuel Gisbert
"Le leí a Kundera (confieso que seguramente es lo único que le he leído) que las cosas que sólo ocurren una vez es como si no hubiesen ocurrido nunca, de modo que, al igual que sucede constantemente en las historias de Gisbert, he tenido yo ahora una sensación de extrañeza e irrealidad cuando, obligado por la redacción de estas líneas, me he puesto a repasar aquellos años de El Jinete Azul, y la voz irónica de Joan Manuel ha vuelto a manifestarse desde el otro lado de la mesa redonda donde nos zampamos un arroz extraordinario, ..."

Pablo Auladell / Revista Peonza, Especial Joan Manuel Gisbert / Febrero de 2020

Hace ya muchos años de la última vez que estuve con Joan Manuel Gisbert. De hecho, me doy cuenta ahora de que fue la última y la única, que yo recuerde: una comida organizada por nuestro editor, Antonio Ventura, en Castellón, para discutir los detalles de un nuevo proyecto, El despertar de Heisenberg, el libro-vértice que nos reunió un instante en nuestros devenires por el Universo.

Le leí a Kundera (confieso que seguramente es lo único que le he leído) que las cosas que sólo ocurren una vez es como si no hubiesen ocurrido nunca, de modo que, al igual que sucede constantemente en las historias de Gisbert, he tenido yo ahora una sensación de extrañeza e irrealidad cuando, obligado por la redacción de estas líneas, me he puesto a repasar aquellos años de El Jinete Azul, y la voz irónica de Joan Manuel ha vuelto a manifestarse desde el otro lado de la mesa redonda donde nos zampamos un arroz extraordinario, única cosa que se me antoja ahora mismo con peso real en este recuerdo, nebuloso y tal vez soñado en los espejos, que estoy descubriendo que guardaba.

Como también estoy descubriendo que sé, o intuyo, que todo esto lo había atesorado silenciosamente el Guardián del Olvido junto a la mañana en que descubrí precisamente ese álbum y leí a Gisbert por vez primera. Por aquel entonces, yo era un muchacho hipermétrope, desinformado, aislado y lírico que anhelaba ser, algún día, dibujante de libros tan misteriosos y punzantes como ése.

El tiempo nos reunió, decíamos, una sola vez para hacer El despertar de Heisenberg, libro que hubiera merecido mejor suerte pero que siguió en su caída al Jinete y del que ni siquiera, me parece, llegamos a hacer presentaciones ni promoción alguna, lo que nos hubiera dado la oportunidad de conocernos mejor y a mí, en particular, de aprender algunos secretos indispensables.

El despertar de Heisenberg estaba pensado para ser una suerte de híbrido de novela y narración gráfica, una novela que se iba transubstanciando en cómic en algunos pasajes, y me dio pie a probar mis posibilidades en un terreno que no frecuentaba: la ciencia-ficción, los relatos ambientados en futuros o dimensiones paralelas más o menos inquietantes, yo que suelo moverme, más bien, en tesituras arcaicas y con un rumor de elegía.

Comencé a desarrollar un trazo más violento, aunque elegante, una mayor oscuridad de intención, unas gestualizaciones y atmósferas más adultas, y me concentré en que parecieran convincentes unas ambientaciones más urbanas que en mis trabajos anteriores. Como siempre, me guié por la prosa de lo que estoy ilustrando, por su tempo, su color, sus ecos. Y la de Gisbert era como algo escuchado en sueños o después de tomar alguna de esas pastillas que toman los protagonistas de esta historia (evidentemente, desconozco este último efecto, pero tengo mucha imaginación); era como escuchar alucinado las revelaciones de un viajero del tiempo (aunque nunca he escuchado a ninguno, pero ya se entenderá cómo funciona este oficio de pasar muchas horas, solo, en una mesa, dando cuerpo a fantasmagorías y sinestesias).

Todo lo que empecé a desarrollar en El despertar de Heisenberg lo fui puliendo luego en sucesivos trabajos (por ejemplo, en Soy mi sueño) y derivó en una nueva ramificación de mi estilo, digamos, estándar. Pero no he tenido ocasión de volver a ponerlo en práctica con otra historia similar a la de Gisbert, con lo que, nuevamente, tenemos aquí el síndrome Kundera: las cosas que han ocurrido una sola vez, etc.

Concluyo pensando que, dado que nuestro encuentro alrededor de aquel arroz pudiera ser que no haya sucedido nunca; que, en todo caso, de aquel espejismo no queda más testimonio que un libro (y no en cualquier librería); y que sólo ahora, en esta revista, nos hemos vuelto a reunir, pareciera que ni él ni yo tenemos existencia fuera de este mundo de papel, universo paralelo donde los haya, dimensión desconcertante y bellísima donde hemos quedado atrapados, seguramente, para siempre.

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auladell@pabloauladell.com

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